top of page

El último carraquero de Cardeñajimeno

  • ROSA PALACIO y MARÍA JESÚS TEMIÑO
  • 12 jun 2015
  • 5 Min. de lectura

fotocarraca1.jpg

GERARDO IBÁÑEZ se ha venido a Madrid con todos sus bártulos de artesano. El suyo es un oficio de los que ya no quedan, hacer carracas, esos sonoros instrumentos que atronaban con su monótono trino las Semanas Santas de antes. Su pueblo, Cardeñajimeno, en la provincia de Burgos, fabricaba durante los inviernos este curioso instrumento, con el que celebraban la llegada de las primaveras en otros muchos puntos de España. Este bienhumorado personaje estará trabajando en su oficio sin años en el «stand» de Castilla-león dentro de la Feria iberoamericana de la Artesanía, que se inaugura el próximo 17, dispuesto a atender a los curiosos que se acerquen a contemplar estas casi reliquias de una artesanía que se exngue. «Así como otros pueblos de Castilla se llaman Santa Maria del Invierno, Villamayor de los Montes, Villamayor de las Carretas, este lugar, escondido en los cerros que rodean Burgos, el que dicen Cardeña la Alta o Cardeñajimeno, debía denominarse Cardeña de las Carracas, no sólo para diferenciarse de las demás Cardeñas, sino también para colgarle el apelativo justo, preciso, definidor...» Así comenzaba un artículo publicado en la revista «Estampa», en 1932. Pero ¿qué ha quedado de aquel trabajo que ocupaba largos ratos del quehacer cotidiano? Hace bastantes años que conocimos a Gerardo lbáñez; él es el último carraquero de Cardeñajimeno. Ha heredado la tradición artesana de ‘su pueblo, aunque su padre fue un buen maestro. Ahora, en solitario, sigue realizando con enorme entusiasmo y paciencia piezas que en este momento sirven como dato curioso para que los recolectores de censos puedan añadir un personaje. más o los buscadores de lo insólito se queden con la boca abierta ante semejante hallazgo. Para Gerardo, sus carracas tienen igual significado que para sus antepasados. Conserva con esmero cada detalle aprendido en su casa. Su pueblo, «el paraíso de las carracas», en 1932, y él, en 1982, permanecen al margen de toda comercialización y progreso. Porque el trabajo artesano nace en un contexto distinto, y cuando se le saca de el pierde su valor. » —Gerardo, ¿como te surgió la idea de hacer carracas? —Porque las hacia mi padre. Son cosas, trabajos que vienen de familia. Yo lo aprendí solo, pero viendo a los otros. Tenía un banco muy antiguo, con torno; empecé a trabajar ahí, en esa cuadra. Ahi lo tenia mi padre porque hacia más calor. —Tú viste a tu padre hacer carracas, ¿también a tu abuelo? —Y a más gente, al difunto mi tío Donato... Pauiino. A otros, uno todavía vive. —Cuando tú eras pequeño, ¿cuánta gente se ocupaba en este oficio? —En aquellas épocas, unos diez. Todas de chopo; aquí ni de haya ni de nada. También emplearon algo de sauce. Estos señores se reunían y uno hacía de jefe. Mi abuelo fue uno de ellos y luego mi padre. Eran de los que más resaltaban, de ¡os que más sabían. —¿Cómo las vendían? —Por docenas. Las exportaban a Palencia y a Barcelona. Tenían compradores para tiendas. Aquí los que más exportaban eran mi tío Donato. mi padre... Mi abuelo mandó muchas a Palencia. —¿En qué época las solían vender? —Para el Sábado de Ramos. Se ponían en las calles y plazas hasta el Jueves Santo. El resto del año había muy pocos que las hicieran. Mayormente en invierno. Mi padre a se dedicaba todo el año porque le atacó una enfermedad. Se veía que no se podía curar. Los demás combinaban este oficio con el campo, iban a arar, tenían patatas, alubias, algo de trigo... —Después de aquella generación de tu padre, ¿sólo quedas tú? —Sí; hay un primo mío que sabe hacerlas, pero sólo de encargo. No ha quedado nadie. —¿A qué edad comenzaste? —Tenía unos trece o catorce años y no vivía ya mi padre. Se murió cuando yo tenía once. Yo le había visto hacerlas, le ayudaba mi madre. Las primeras no me salían bien, mi madre me dirigía. Mi abuelo —¡no se me olvida esto!—, cuando iba a arar, llevaba un taleguito siempre lleno de carruzos. Los hacía allí, mientras las vacas rumiaban.

fotocarraca2.jpg

CARRACA CERRADA Y ABIERTA La madera más idónea es la de chopo, por ser fácil de trabajar. La recoge pasado el invierno, en las choperas cercanas a Cardeñajimeno. Durante diez o quince días permanece al sol, mientras se orea. La madera tiene que quedar «tostada, cuanto más mejor»; si no tiene correa y no se trabaja bien, se puede romper. Las herramientas que utiliza son la sierra, el hacha, la navaja. La carraca «abierta» se compone de nueve piezas diferentes: «El carruzo» es la primera que realiza. Se corta con la sierra y se le da forma con la «navaja carraquera», marcando unas incisiones llamadas «tarjos», donde luego se producirá el sonido. «Las tabletas» son dos, se parten con el hacha, se limpian con la navaja y al nal se lijan. La medida coincide con el «carruzo» que se ha preparado. Tres serán los agujeros: uno hecho con barreno. donde irá encajado el «carruzo», y otros dos. con navaja, para colocar los travesaños. A continuación se colocan las cuñas para suietar los travesaños en las «tabletas». Y, por último, el carraquero, valiéndose de un útil para «Iengüetar», y quitando la madora con la navaja termina haciendo las legüetas, que colocara entre los travesaños apoyados en los tarjos del «carruzo». Una vez terminada, hay que «hacerla sonar»; es decir, probarla para comprobar su sonido. Gerardo nos explica que el secreto de una buena carraca abierta consiste en poner bien las lengüetas. Pero es necesario tener mucho cuidado. ya que el chopo es muy quebradizo y suele cascarse oon frecuencia. La carraca «cerrada», por su forma redonda, es totalmente diferente a la abierta. La pieza de madera cortada se coloca en el torno y allí se empieza a serrar «hilo por hilo», separando las tabletas, que, a diferencia de la otra carraca, están unidas en la misma pieza. Ahí radica el secreto, Después procede a quitar con el escoplo la madera que ha quedado en el centro. Así se completará una de las fases más delicadas y precisas, que Gerardo llama estaquillar. El refinado con la navaja, la colocación del «carruzo» y el mango preceden a la introducción de la lengüeta a través de un agujero que se ha realizado previamente. Antiguamente, esie agujero no se hacía con el barreno, sino con un calador al fuego. Este tipo de carraca es la única que una vez terminada se decora: ramos, estrellas, cálices y soles pintados en azul, rojo y verde eran los motivos y colores preferentemente usados, tanto por los antiguos artesanos como actualmente. Gerardo emplea ocho horas para hacer cuatro carracas «abiertas». La «cerrada», al tener menos piezas, puede terminarla en una hora. Si volviéramos la vista atrás observaríamos una organización del trabajo diferente. Solían hacer «colecciones», preparaban las diferentes piezas en serie, todas seguidas, una docena de carruzos, de lengüetas..., Iuegose componía como un rompecabezas. El día que lengüetaban o calaban era celebrado con una gran comilona. —Gerardo, ¿quién te suele comprar las carracas’? —Las madres suelen comprarlas para sus hijos, también algún extranjero o coleccionista; otros, como recuerdo. El precio oscila entre cien pesetas las «cerradas» pequeñas y doscientas las grandes. Las «abiertas», un poco más. En Semana Santa se suben diez duros. ¡Que diferencia de cuando vivía mi abuelol, Por entonces sólo costaban diez o veinte céntimos, Mi padre llegó a venderlas a una peseta.

ABC 12-06-1982 (f. 81)

Comments


POSTS RECIENTES:

© 2015 por María Jesus TEMIÑO LÓPEZ-MUÑIZ. Creado con Wix.com

  • b-facebook
  • Twitter Round
  • Instagram Black Round
bottom of page